domingo, 27 de febrero de 2011

ns vms mñn, bss

Llámame, no tengo saldo.

En 1997 tuve mi primer teléfono móvil. Era un One Touch Easy de Alcatel con la tarjeta de una prima. Aún recuerdo el número. Tenía 17 años, y un teléfono móvil suponía estar en contacto con la gente desde cualquier sitio. Un sistema de mensajes cortos destinado especialmente para la gente joven, conocidos coloquialmente como SMS, que se podían poner entre ellos inmediatamente por poco dinero. Era fantástico, la libertad de comunicación en el bolsillo. ¿Libertad?




El teléfono móvil nos ha cobrado un alto precio por esa libertad de comunicación. Nos ha esclavizado a él. Es ya parte de nuestro vestuario, te levantas, te vistes y, antes de salir de casa, el ritual es coger llaves, cartera y móvil; y si se te olvida vuelves a por él o te sientes perdido. Nadie te pregunta ya: "¿Tienes móvil?" Se da por hecho que así es, y directamente te piden el número. Se podría decir que ha colonizado al ser humano. Cuando nosotros éramos pequeños nos llamábamos en cadena desde casa, o desde una cabina. Ahora los niños con 10 años tienen teléfono móvil. Y la tendencia es a peor, hasta el punto de que ya se puede localizar a una persona si lleva encima el teléfono móvil, ¿y a eso lo llaman libertad?

Pero hay algo mucho peor que nos está robando el teléfono móvil, y es que esa comunicación prometida estaba condicionada a ciento y pico caracteres. Nos está robando el lenguaje, uno de los bienes más preciados que tiene el ser humano. Algunos mensajes cortos son auténticos jeroglíficos. El problema no viene en el uso del lenguaje en el móvil, sino en la pérdida de la capacidad de utilizar el lenguaje adecuado para cada circunstancia. De esta manera, ya da igual un SMS, los apuntes del instituto, escribir en un foro o mandar un correo electrónico. No se tiene en cuenta los posibles interlocutores. La juventud está perdiendo poco a poco la capacidad para usar el castellano.

Parafraseando a Félix Rodríguez de la Fuente, he de decir: "Para que en los libros españoles, no dejen de leerse, las hermosas palabras del castellano".

sábado, 26 de febrero de 2011

Donde viven los monstruos

Sólo es un niño que finge ser un lobo, que finge ser un rey.

Si habéis llegado a la cuarta entrada de mi blog, es que estáis preparados para acceder a un nivel superior (o no tenéis nada mejor que hacer). "Donde viven los monstruos" es una novela infantil de Maurice Sendak, adaptada a la gran pantalla en 2009 por el atípico cineasta Spike Jonze, con el acierto de transportarnos a la infancia vista desde el raciocinio de la madurez.



Los monstruos viven en nuestro interior. El monstruo de la soledad, el de la bondad, el de la agresividad, el de la ternura, el de la sabiduría, el del miedo a ser ignorado... Todos conviven dentro de cada niño, y luchan entre sí, haciendo de cada uno un ser único e irrepetible. Max hace un viaje a su yo, y se enfrenta a sus propios monstruos, pero también al inevitable camino hacia la madurez. Carol le muestra un paisaje desértico, que antes era un bosque, y en poco tiempo quién sabe lo que quedará, metafóricamente me sugiere el lugar donde imaginamos, los lugares fantásticos que un niño visita en su propia mente.

Max parte lleno de sentimientos adversos, el miedo a ser desplazado del corazón de su madre, la ira, la necesidad de llamar la atención... y tras enfrentarse a sus propios miedos, vuelve despojado de todo ello, sin haber conseguido crear una sociedad estable entre ellos, pero esa estabilidad que falta en su interior se ve apaciguada en el momento en que se reencuentra con el amor de su madre.

jueves, 24 de febrero de 2011

Los niños del parque

¿Pero quién dice que son inocentes?
fumarán cigarrillos, jugarán con bombas


Fuimos una generación dominante. En el parque estábamos nosotros cuando éramos unos niños, y ahora que somos grandes, seguimos estando nosotros; bueno, yo no, pero los de mi generación han marcado su territorio desde pequeños. Antes montábamos en los columpios y jugábamos al fútbol con dos chaquetas por portería, o con los bancos, o las farolas, da igual, la imaginación no tenía límites.



Y ahora en los parques están los mismos niños grandes, pero algo ha cambiado, las chaquetas las tienen puestas con el cuello alzado hasta las orejas, los bancos son su punto de encuentro, y las farolas las evitan para poder fumar sin llamar la atención. Fuimos la generación de la imaginación, y ahora somos la generación del porro; creo que por fin ha llegado la desevolución de la especie.



¿Y los niños de ahora donde están? Están en sus casas, jugando a la consola o al ordenador, en cualquier caso, madurando la postura de lo que en poco tiempo pasaremos a llamar el "homo-burns", espalda encorvada, manos en pose de mecanografía, pálidos por la austera vida de interior, y calvos e impotentes a causa de las múltiples antenas que ya tenemos por todas partes. Ellos nunca sabrán lo divertida que era una guerra de bolsas de flas rellenas de arena, pero posiblemente algún día Konami les haga un simulador para la Wii. La desevolución ha llegado amigos treintañeros, disfrutemos ahora que estamos en el cénit de la especie.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Un erizo como yo

Tengo pinchos en la espalda
Pero por delante no
Para que cuando te abrace
No te pinche el corazón.


Espinete llegó al barrio procedente del bosque. Nos dijeron que vino porque le gustaba mogollón, pero hoy ya sabemos la verdad: Vino porque estaban talando el bosque, y como otros animales, tuvo que modificar sus costumbres y hacerse a otros ecosistemas. Pero no es de eso de lo que quiero hablar, quizá sea el tema central otro día, hoy vamos a vernos en un espejo.



Todos hemos sido Espinete alguna vez en la vida. Espinete llegó al barrio y, como es natural, todos le miraban, era un erizo de dos metros que andaba y hablaba. ¿Quién no ha pasado por eso? Llegas a un nuevo grupo, cambias de centro de estudios, de residencia, de trabajo... y te sientes el centro de todas las miradas, eres el nuevo; pero igual que Espinete, acabas haciendo amigos, y pasas a ser uno más.

Barrio Sésamo también nos enseñó algo de la vida, y es que, como Espinete, todos tenemos pinchos en la espalda cuando nos enfrentamos a un ambiente desconocido. Nos protegemos bajo una máscara, pero en el fondo tenemos un suave pelaje frontal dispuesto a dar un abrazo a quien lo necesite, pues no subestiméis nunca el poder de un abrazo. Perder cinco segundos de tu vida dando un abrazo es regalar cinco segundos sin preocupaciones.

 


 Y para despedirme por hoy, aquí os dejo un emotivo vídeo realizado por unas personas que seguro que vieron muchas veces Barrio Sésamo.

 


Dedicado a mi gran amigo Fernando "Espinete" Cubero
desde aquí te mando un gran abrazo

martes, 22 de febrero de 2011

¿Por qué Borja y Pancete?

Había una vez un niño pequeño de mejillas
coloradas y nariz color zanahoria. Se llamaba
Borja. Cumplía siete años el doce de mayo.

En 1986 me adentré, como todos los niños de mi generación, en el mundo de lo que entonces se llamaba Educación General Básica. Aún no lo sabía, pero comenzaba entonces una etapa en la que haría amigos para toda la vida. Uno de esos amigos sería sin duda el libro de lecturas 1: "El libro de Borja y Pancete".





Borja era un niño de primero de EGB, primera pauta importante para que los lectores nos identificásemos con él. Su vida estaba plagada de grandes aventuras, tales como descubrir un tesoro pirata a bordo de su barco imaginario y con su inseparable osito Pancete de contramaestre, perderse en la calle de camino al colegio o buscar al pipero Baldomero el día que no acudió a su cita con los niños en el recreo; las aventuras que todos tenemos con esa edad.

Quizá alguien piense qué aventuras más estúpidas vivíamos, pues reflexionad sobre lo que le parecerán a un niño de 6 años las aventuras que vivimos ahora: Rellenar la declaración de la renta o pasar la ITV al vehículo, entre otras.

Los tesoros de Borja y Pancete eran lápices de colores, uno de mis tesoros ahora es este libro, que guardo con mucho cariño, que de vez en cuando me gusta volver a leer y dejar que me transporte a aquellos maravillosos años en los que me preocupaba por no tener una pintura de cera roja o llegar a tiempo a casa para poder ver Barrio Sésamo.